Años 1931-1947

Información general

Título

Años 1931-1947

Código

EPO0004

Descripción

Época de moda entre los años 1931 y 1947.

Información de contexto

Características

Durante el período de 1927 a 1930 la moda conoce un periodo de transición en el curso del cual se inicia la vuelta a la feminidad. La falda, que en la década de los años veinte se acortó hasta las rodillas, comienza ahora a alargarse. La cintura, que había descendido hasta las caderas, vuelve a su lugar normal, retorno permitido por la práctica de los deportes que han formado alrededor del cuerpo femenino una faja de músculos que puede reemplazar la sujeción que le daba antaño el corsé.

El traje de noche se vuelve más corto por delante que por detrás o bien se inclina hacia el suelo por medio de un faldón lateral que le da un perfil asimétrico.

Durante la década de los treinta la sociedad está duramente herida por las repercusiones de la crisis de la bolsa en los Estados Unidos en 1929 y las amenazas políticas que van a culminar en la Guerra Mundial. La crisis económica alcanza su punto más alto en 1932 y tanto las altísimas cifras de desempleo como las nuevas ideologías vuelven a situar a la mujer al frente de las tareas domésticas como ama de casa y madre.

1930’s Women’s Fashion - BLOSHKA

El auge del nacionalismo provoca la aparición de centros secundarios de alta costura. París sigue siendo el centro mundial de la industria del vestido pero Berlín, Viena y Nueva York se desarrollan a costa de los franceses. Además, se incorporan a los vestidos detalles del folclore nacional, como bordados, chaquetillas, etc.

La de los años treinta es una década de guerra y eso perjudica a la moda. El look se militariza y los tejidos se vuelven pobres, debido a esto las chicas se visten con uniforme de ciudad, es decir, trajes de chaqueta. El largo se eleva por debajo de las rodillas popularizando los Pantys, aunque fueron escasos. Usan los zapatos topo lino, de corcho y los gorritos diminutos que son muy sencillos o simplemente pañuelos a la cabeza.

El vestido de noche toca el suelo. Éste, confeccionado en tela de crepé de raso, de muselina, de seda lisa y de otros tejidos semejantes, mezclaba la faz mate y la brillante para obtener un efecto de matices en el traje.

En esta época de dificultades, los complementos se hacen indispensables, pues son el único recurso de muchas mujeres para estar a la moda: pañuelos, como los que Hermes lanza en 1933, de seda estampados que se hacen enseguida célebres, gafas de sol que hacen furor tanto para el deporte como para la calle, sombreros que son cada vez más extravagantes, hasta el punto de que en 1937 Elsa Schiaparelli diseña para su colección de invierno unos extraños sombreros en forma de zapatos; el denominador común de todos ellos es que se llevan ligeramente inclinados sobre lo frente. Cualquier traje podía ser elegante si se complementaba adecuadamente con un sombrero, guantes, bolso o pañuelo.

Las mujeres que no podían comprar vestidos nuevos, alargaban los viejos recurriendo al dobladillo o a añadir cintas, piel, pasamanería,... Coco Chanel, en vista de la crisis económica, incluye vestidos de algodón en sus colecciones de fiesta.

Pocas veces en la historia de la moda se ha producido un cambio tan evidente como el que separa el vestir de los años veinte y el de los treinta. En estos años la moda se hace más tradicional y la elegancia sustituye al sentido práctico y deportivo de la década anterior. Las líneas de la ropa resaltan nuevamente las formas femeninas y se hacen sinuosas. Ya no se busca la comodidad sino la belleza y se encuentra particularmente elegante el uso de la piel de los animales, especialmente el «zorro blanco», pero cualquier trocito de piel es aprovechada para el cuello y los puños como señal de lujo. Incluso se usa la piel en los vestidos de día, prefiriéndose paro esta ocasión el astracán, la marta, el castor o la nutria.

El talle se coloca en su posición natural y sigue siendo estrecho, realzado con cinturones delgados de piel o de la misma tela que el vestido. Las caderas cada vez son más estrechas. Las solapas son muy anchas y los escotes muy amplios en verano. Los corpiños son ajustados al cuerpo, lo que se consigue de una manera muy eficaz con las nuevas telas elásticas y el látex, aparecidas en 1934.

Aparece el bolero, una chaquetita corta, prenda que populariza la modista Elsa Schiaparelli, aunque para los trajes sigue dominando lo chaqueta larga y entallada. También el bolero o chaquetilla se introduce en los vestidos de noche, lo que supone un gran cambio para las prendas de gala. Aparece también una combinación nueva de blusa con falda, sobre todo como vestido de trabajo, pero a veces se lleva también la blusa debajo de la chaqueta de los trajes. El largo de las faldas oscila entre la rodilla y la pantorrilla.

Se juega con contrastes de colores: marrón y crema, azul y crema, blanco y negro. Incluso los zapatos son bicolores. Las medios son de color carne, de seda, rayón o algodón, y en 1939 el nylon, que arrinconó o los demás materiales.

El cabello empieza o ondularse y después se hace cada vez más largo hasta que se forman elaborados recogidos y tocados. Los pantalones tuvieron su momento por influencio de Marlene Dietrich. Ella mismo dice «Siempre fui medio hombre». No sólo llevaba anchos pantalones que son conocidos por su nombre, sino también frac con sombrero de copa. Posteriormente los pantalones M. Dietrich fueron sustituidos por otros más estrechos.

La modista Madeleine Vionnet descubre el corte al bies, que consiste en cortar la tela contra la dirección de los hilos, lo que da elasticidad al material y permite una perfecta caída del vestido en pliegues.

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Aparece el cine sonoro, que acentuó el realismo de los personajes. Se impuso la comedia, que permitía escapar mentalmente de la dureza de la vida. Al contrario que en el cine mudo, cuyo vestuario era el mismo que en la vida real, ahora se confeccionan vestidos especialmente diseñados para cada película y que contribuyen a caracterizar a los personajes. De este modo, el cine no sólo contribuyó a difundir la moda, sino también a crearla. Las grandes actrices, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Joan Crawford, Jean Harlow, se constituyeron en modelos ideales de femineidad a las que todas las mujeres querían parecerse.

Se impone una silueta larga, el uso de colores oscuros, las mangas toman volumen y los nuevos estampados, influenciados por los movimientos artísticos como el surrealismo o el dadaísmo, suponiendo en muchos aspectos verdaderas revoluciones estéticas, llegando incluso a las portadas de Vogue.

Pero también son años de pequeñas revoluciones. Empiezan a aparecer de forma tímida trajes con pantalones o el uso de prendas más habituales del vestuario masculino en la mujer, potenciado por el auge de los movimientos sufragistas que buscaban la igualdad, y aunque todavía era muy extraño ver a una mujer con pantalones, los trajes de chaqueta y falda sí se confeccionaban muchas veces con una visión mucho más cercana a la sastrería masculina y se empieza a generalizar el uso de la falda-pantalón.

En 1936, el estallido de la guerra civil en España, la formación de las Brigadas Internacionales que participaron en ella y la política cada vez más agresiva de Hitler, contribuyeron a fomentar la amenaza de guerra que repercutió en la moda, haciendo aparecer un aire militar en las prendas: hombros rectos, faldas cortas, guantes de puño, bolsos colgados al hombro, zapatos casi planos,... Parecía que todas las mujeres fueran reclutas preparadas para el servicio militar.

En 1939, cuando la economía parecía salir de su profunda depresión, estalla la Segundo Guerra Mundial. Quizás el acontecimiento que más afectó a la moda fue la ocupación alemana de París. La alta costura francesa sufrió un auténtico desastre. El modisto Lucien Lelong, que era el presidente del Sindicato de la Cámara de Costura desde 1936 hasta 1946, tuvo que hacer gala de sus mejores dotes de persuasión y habilidad para salvar en parte la industria del lujo. Lelong consiguió salvar su propia cosa de modas, así como negociar ciertas garantías para la alta costura, lo que permitió también la supervivencia de otras empresas. En 1942 presentó sus colecciones de primavera en Lyon, que era entonces una zona de libre comercio y adonde acudían las suizas, españolas y también las italianas y alemanas a comprar y también a estar al tanto de la evolución de la moda.

Aun cuando las dificultades de todo tipo imponían unas graves limitaciones para la creación de alta costura, en comparación con lo que se hacía en otros países, daba la impresión de que en Francia reinaba la extravagancia. Mientras en el mundo las mujeres creían que su deber era vestir con modestia y sobriedad, las francesas vestían de vivos colores, azul, blanco y rojo y confeccionaban estrambóticos sombreros elaborados de cualquier material, incluso con papel de periódico, con velos, plumas, flores, etc. y zapatos que crecieron a lo alto con plataformas y cuñas de corcho y madero. En 1942 aparecen las «chicas topolino».

En los países afectados por la guerra se sacaba el mejor partido de lo que se tenía al alcance de la mano. Muchas mujeres empezaron a hacerse su propia ropa haciendo gala de una gran imaginación: zapatos hechos de caucho y atados con cintas, cinturones con tacos de madera y trozos de piel e incluso bolsos hechos con restos de alfombras.

En Alemania, se mantenía el principio de que las mujeres debían continuar presentando un aspecto atractivo y limpio, pero también modesto y virtuoso como buenas amas de casa. Eso significaba el olvido de las joyas y adornos, las pieles y, sobre todo, del maquillaje.

En Inglaterra el racionamiento obligó a decretar en 1941 normas muy estrictas que limitaban el consumo de tejidos. Se reguló hasta el más pequeño aspecto de la moda: se daban las cantidades exactas de tela por prenda, el largo y ancho máximos de las faldas, el número máximo de pliegues, botones, etc. Se prohibían estrictamente los bolsillos de parche, los puños vueltos, las vueltas en los pantalones, las pinzas..., es decir todo lo que suponía un pequeño despilfarro de tela.

La seda también estaba prohibida para la población civil, ya que se reservaba para la fabricación de paracaídas. Por eso constituía una deliciosa frivolidad hacerse la ropa interior con los restos de los paracaídas. Incluso la reina Isabel, esposa de Jorge VI, ordenó al modisto de la corte, Norman Hartnell, que suprimiera los tules de colores celeste, verde claro o violeta y los sustituyera por otros más apagados y además que diseñara vestidos más sencillos y prácticos, tratando de influir en el resto del país, y de solidarizarse con la población.

En los Estados Unidos, las regulaciones de la moda por la ley L-85 no eran tan restrictivas como en Inglaterra, pero también prohibían el uso, por parte de los civiles, de tejidos que tuvieran una aplicación militar. Y aunque estas restricciones no fueran muy difíciles de incumplir, de hecho, la industria de la moda se adaptó al esfuerzo que la guerra suponía para el país, creando prendas útiles y prácticas. Pero además, la presión moral sobre las mujeres era enorme, incitando a la moderación y al ahorro.

Con todo, muchos modistos europeos, sobre todo franceses, se trasladaron a los Estados Unidos. Los más destacados fueron Mainbocher y Molyneux, que abrieron sus tiendas en Nueva York. Pero muchas mujeres que se veían privadas de la última moda de París, volvieron sus miradas hacia los talentos locales, lo que constituyó la gran oportunidad para algunos diseñadores americanos como Norman Novell o Claire McCardell, que pronto cimentaron una gran fama.

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Los tiempos difíciles, mientras abolían la frivolidad, establecieron una moda utilitaria y práctica, cuyos características más señaladas eran: hombros anchos, que llegaron a ser emblemáticos de esta época, cintura delgada y silueta de caderas estrechas.

Pero lo guerra trajo también grandes cambios sociales y culturales. Un gran número de mujeres tuvo que ocupar puestos de trabajo que los hombres movilizados habían abandonado. En los años treinta se había logrado meter de nuevo en la cocina a las mujeres que la Primera Guerra Mundial había liberado, pero de nuevo salían al mundo laboral y esta vez definitivamente. Los pantalones, sobre todo los jeans, y los monos fueron los nuevos uniformes de trabajo. Años antes se les consideraba escandalosos, pero fueron ganando popularidad y considerados finalmente como «sexys».

Al terminar la guerra, el terrible balance de la contienda en vidas humanas y bienes culturales y económicos supuso un mantenimiento de la austeridad anterior. Es cierto que la vida cultural resurgió poderosamente. En Alemania se empezaron a conocer las obras literarias, teatrales, pictóricas, etc. francesas, inglesas o americanas que el nazismo había proscrito. En Francia hubo un verdadero entusiasmo por el cine que culminó en 1947 con la organización del primer festival de Cannes. En Inglaterra, Londres se convirtió en la capital mundial de la danza. En 1946 se representó en el Covent Garden La Bella Durmiente, a la que siguieron una inacabable serie de actuaciones inolvidables ...

En cambio la moda se resistía a despertar. Había un sentimiento de dolor en la población, e incluso de vergüenza por divertirse y presumir, que impedía a la alta costura salir de la oscuridad. En la revista Vogue se aconsejaba prescindir de los trajes de noche y, por otra parte, tampoco había muchas oportunidades de lucirlos.

En 1945 la alta costura de París, incapaz de organizar un desfile de modelos por la escasez de materiales, ideó un nuevo recurso para dar a conocer sus creaciones: el llamado «teatro de la moda», que consistía en un escenario en miniatura que representaba las calles de París, donde unas muñecas de alambre lucían, con un gasto mínimo de tela, los espléndidos diseños de los grandes modistos parisinos, y que recorrió el mundo y constituyó un gran éxito.

Pero esta situación iba a cambiar por completo. En febrero de 1947 ocurrió uno de los acontecimientos más importantes y dramáticos de la historia de la moda: Christian Dior presentaba su primera colección, absolutamente explosiva, que enseguida se llamó el «New Look».