Información general
Título
Código
Descripción
Información de contexto
Características
La primera guerra mundial altera profundamente las condiciones de vida del conjunto de la sociedad. Las mujeres se ven obligadas a reemplazar a los hombres en las tareas más diversas para que la actividad del país continúe. En consecuencia aumentan las reivindicaciones igualitarias que se traducen también en el modo de vestir. La primera guerra mundial desmanteló de forma rápida y completa los antiguos sistemas y valores sociales. La moda anterior a la contienda era absolutamente inservible como ropa de trabajo, lo que obliga aúna simplificación de las formas. Así pues, poco a poco, se fue imponiendo un traje práctico, adaptado a las nuevas formas de vida. Por primera vez la falda se acortó considerablemente, y se suprimen elementos decorativos con lo que se gana libertad de movimiento.
Los diseñadores de alta costura pusieron especial empeño en crear nuevos tipos de indumentaria. Sin pretenderlo, PAUL POIRET había suministrado a las mujeres el vestuario de la emancipada: el traje sastre de tipo deportivo, en un solo color para todas las horas del día. Esta tendencia representa también una cierta idea democrática. A simple vista era difícil distinguir entre la elegante que había pagado una fortuna por un traje sastre, la obrera que se había copiado de figurines de moda, a la burguesa que lo compraba en unos grandes almacenes.
Cuando la guerra acaba, la euforia por la victoria y la ilusión de una paz definitiva abren una era ansiosa de placeres y alegrías. Y ello, paradójicamente, a pesar de que en los primeros años crece el paro debido a la destrucción sufrida por gran parte de la industria. Las clases medias se empobrecen a causa de la inflación, y las reparaciones de guerra crean dificultades económicas en los países vencidos. Pero al mismo tiempo se amasan fortunas gigantescas. Aparecen la industria del espectáculo y las actividades del ocio y esparcimiento crecen de modo impresionante. La cultura se internacionaliza París, Nueva York y Berlín marcan el tono de la modernidad. En cambio Londres deja de ser un referente de moda, no sólo en el vestir, pues los nuevos reyes, María, princesa de Teck, fría, dominante y conservadora, y Jorge V, débil y opaco, no ejercerán influencia alguna.
La guerra produjo también una enorme profusión de jerséis tejidos a mano. Las revistas femeninas publican modelos de punto, las mujeres abandonan los bordados por las labores de punto y fabrican chándales, calcetines, boinas y chalecos abotonados en el delantero. Paulatinamente empiezan a usarlo ellos también debido a su fácil mantenimiento y a la sencillez de su elaboración. Los tejidos de punto, que revolucionaron la ropa para niños, irrumpen también en el mundo de la moda gracias, principalmente a las creaciones de GABRIELLE CHANEL, que por esas fechas abre una casa de costura en París.
La población se adapta rápidamente a esta nueva forma de vivir, dinámica, divertida, liberada sexualmente, apasionada y apasionante. Pero este frenesí por pasarlo bien, que alcanza su cenit a mediado de los años veinte, oculta una inquietud social y de temor de que todo pueda acabar trágicamente. Las circunstancias políticas reflejan este problema: Mussolini llega al poder en 1922, Adolf Hitler dirige el partido nacional-socialista desde 1921, Primo de Rivera establece la dictadura en España en 1923. Ese mismo año, Lenin funda la U.R.S.S. Los «felices años veinte», acabarán dando paso a los sombríos años treinta.
Al terminar la guerra, las mujeres se dedican a nuevas actividades, tradición normalmente reservada a los hombres. Sus trabajos anteriores, institutrices, niñeras, costureras, se amplían ahora con nuevas posibilidades: obreras en las fábricas, oficinistas, enseñanza. Esto se traduce en una independencia económica que arrastra rápidamente a una mayor libertad en todos los aspectos.
En este periodo, similar al que siguió a la revolución francesa de 1789, el arreglo femenino expresa en sus líneas muestras de rechazo a las limitaciones y la voluntad de emancipación. Es también la expresión más completa de las búsquedas emprendidas algunos años antes en el dominio de las Bellas Artes.
La moda refleja el impacto del cubismo a partir de 1911, fecha de sus primeras manifestaciones. Sufre la influencia de artistas extranjeros que acuden a París siguiendo los pasos de los ballets rusos, presentes en la capital francesa desde el 1909. Los suecos llegaron en el 1920, los bailes negros de Josephine Baker en la «Revue Negre», triunfaron en 1925.
Los hombres escaseaban. En algunos países (Francia, Alemania,…) la proporción es de tres mujeres por cada hombre y en algunas ciudades incluso cuatro a uno. La mujer, que gana dinero con los nuevos trabajos, piensa que donde mejor puede gastarlo, es en el cuidado de su propio aspecto, pues la competencia para conseguir novio resulta dramática. Pero la imagen que ofrece es andrógina. Los pechos, traseros y estómagos prominentes han quedado totalmente desfasados.
La agitada vida que se lleva, tanto en el trabajo como en la diversión, es el mejor método adelgazante. Y para las mujeres en las que la delgadez no acaba con las curvas, estaban las nuevas fajas elásticas que aplanaban todos los relieves. La matrona abundante en carnes pasó de moda, y la juventud real o simulada, se impone. Estas chicas masculinizadas, agresivas, sexualmente liberadas y deportistas visten y se presentan como una «garçonne»: peinado muy corto tipo Eton, labios rojos, chaqueta tipo smoking, pajarita, falda corta y una boquilla en la boca. Aparece el estereotipo de la vampiresa devoradora de hombres, a los que atrae con gesto lascivo favorecido por la boquilla entre los labios.

El peinado corto, con un ajustado sombrero campana y un vestido suelto de cintura baja, con la falda hasta las rodillas, caracterizó el estilo de la mujer, como en la novela de Victor Margueritte, "La Garçonne”. La extremada simplicidad del corte del vestido se complementaba con adornos basados en lentejuelas y boas de pluma y otros accesorios. La ropa interior ya sólo consistía de bragas, sujetador, camisola y medias de color carne. Se comienza a introducir el pantalón como prenda femenina, aunque su uso en el vestir no se popularizó hasta después de la II guerra mundial.
En 1920, la ropa comenzaba a ser mucho más práctica. Se popularizan los trajes de chaqueta para calle y para fiestas se elegían los vestidos con grandes escotes en la espalda, así como los abrigos largos con pieles.
Si hay algo icónico en los años veinte son las FLAPPERS. Pocas cosas pueden resumir tan perfectamente el espíritu de esos locos y supuestamente felices años como esas mujeres liberadas, que se enfrentan a todas las normas establecidas y piden el voto femenino, bailan jazz, beben licores y fuman con boquilla, conducen, se cortan el pelo en bobs o el incluso más atrevido «Eton Croop», como se puede apreciar en los dibujos de las revistas que triunfan en esos años como Vogue ó Vanity Fair.
En el dominio de la decoración, la modernidad se consagra en la exposición internacional de las artes decorativas de 1925, con un pabellón entero, dedicado a la elegancia, donde se exponen obra de pintura como Raoul Dufy, que trabajó para Paul Poiret en la impresión de tejidos o Sonia Delaunay, que aborda la confección con diseños muy coloristas. Los modistos consiguen darse a conocer en el mundo del arte por sus contactos con pintores y decoradores . Se impone el Art Decó.
Como hemos señalado, la moda de postguerra sustituye las faldas largas de 1914 por faldas que se acortan progresivamente. El talle que se mantenía alto, tiende a descender, sobre todo en los vestidos de calle, mientras que en los de noche siguen un poco altos. Tras las privaciones de la guerra, los modistos se esfuerzan ahora por crear una moda más original y opulenta.
Los cambios radicales tienen lugar a principios de la década de los veinte. Los modistos siguen las tendencias: la suntuosa y un poco teatral de Paul Poiret, o la de Coco Chanel, quien atenta a las nuevas condiciones de vida de la mujer, se decanta por formas sencillas prácticas. Liberado del corsé y del cuello con ballenas, el vestido hace descender el talle hasta las caderas. Si la mujer tiene demasiado pecho, lo comprime con lo que, más que un sujetador podemos llamar un aplastador. La silueta es tubular, bastante simple, aunque se enriquece primero con volantes, hacia 1923, y después con bordados de lentejuelas, azabaches, abalorios, etc., que dan al vestido brillo y suntuosidad. Desde 1925 la falda se acorta, deteniéndose al nivel de la rodilla.
Los tejidos siguen la evolución iniciada con el siglo hacia la ligereza y la vaporosidad. En los años veinte se impone el punto de jersey para la ropa deportiva, incluso para los trajes de baño, y para la tarde y la noche, el crepe con perlas y lentejuelas. El tafetán casi desaparece. Pero la gran novedad es la aparición de la seda artificial, llamada rayón, cuya producción crece enormemente. Se pasa de 25 millones de kilos en 1920, a más de 500 en 1935. Además, gracias a los avances en el curtido y en el teñido de pieles, éstas se emplean como telas para la confección, sobre todo, de abrigos.
Como los vestidos son ligeros y transparentes, no es posible llevar bolsillos así que el bolso de mano se hace indispensable. Se trata de una red adornada con perlas y abalorios, montada sobre un marco con cierre metálico y suspendido por una cadena. Su éxito dura hasta 1930. El peinado complejo de antaño y el sombrero enorme que se mantenía dificultosamente en equilibrio sobre una cabeza casi inmóvil, desaparecen. Ahora, el dinamismo de una vida, el trabajo, el baile de moda, el charlestón,…, imponen el pelo corto con un peinado que no requiere grandes cuidados y un sombrero que pasa a ser un ajustado casquete que oculta el pelo y que se sujeta fácilmente en la cabeza. El uso de esta prenda llega a ser indispensable. Los zapatos no son muy abiertos porque pueden perderse al bailar, por ello se sujetan también con una tira alrededor del tobillo.
Las mujeres lucen dos objetos paradójicamente contrapuestos: la boquilla de fumar (con la cigarrera o pitillera) de la que presumen en su afán de parecerse a los hombres y el abanico, prenda completamente definitoria de una feminidad tradicional y ahora también moderna.
Las revistas de moda aumentan, al igual que su tirada, y se popularizan. Además de las americanas tradicionales, Haaper´s Bazaar y Vogue, aparece una verdadera inundación de revistas francesas; Gazette de Bon Tone, Vogue edición francesa, Art, Goust, Beauté, Jardin de Modes, tienen grandes tiradas y se venden no sólo en Francia, sino también en otros países europeos, como Inglaterra, España, Italia, etc.
Con ayuda de las nuevas revistas, del cine y de los espectáculos de moda se difunde como nunca antes y llega a muchas más personas y capas sociales. En tiempos pasados, los vestidos de las clases altas tenían un diseño rico y complicado que los distinguía radicalmente de los de los pobres. Ahora, la industria de la moda simplifica los diseños, deja atrás la opulencia reservada a unos pocos y pasa a fabricar en serie a precios muy económicos. En los años veinte todas las mujeres van vestidas de la misma manera: líneas rectas, vestidos cortos, sombreros de casquete… Es imposible distinguir una ropa industrial de una ropa de alta costura si no se mira detenidamente. Es verdad que hay detalles que permiten diferenciarlas: calidad de la tela, detalles de la confección, accesorios con los que se combina, etc. Pero hay que ser experto para distinguirlos a simple vista. Esto no significa que no haya rasgos de diferenciación entre las clases sociales, mas habrá que buscarlos en ámbitos distintos al de la moda.
Las casas de costura que ejercieron mayor influencia entre 1920 y 1940 estaban dirigidas por mujeres. Ciertamente Worth y Doucet continuaban en activo, pero no volvieron a ser las casas-vedette. Las creadoras favoritas son Jeanne Lanvin (1867-1946), en principio modista y creadora, a partir de 1906 de trajes bordados de un gusto exquisito; Madelaine Vionnet (1876-1975), la pionera del corte al bies, que logrará su cenit creativo en los años treinta, y Gabrielle Chanel (1883-1971), que, más que inventora de formas, es la primera gran estilista y representante de de un nuevo estilo de vida.
Otras casas que alcanzan renombre en la época, estaban dirigidas por el inglés Molyneux, por Jean Patou y Jacques Heim, quien colaboró con Sonia Delaunay (1889-1979), impresora de sus tejidos. Son años en los que la alta costura procura aproximarse a otras artes decorativas, y nuevamente el mérito corresponde a Paul Poiret, creador antes de la guerra de una escuela de artes decorativas e impulsor de la colaboración con pintores que imprimen sus tejidos.
Pero de entre todos los modistos de la época, destaca Gabrielle Chanel, más conocida como Coco Chanel. Su vida liberada, y su sucesión de amantes, siempre de la alta sociedad, son paradigma de la mujer emprendedora de los veinte. Durante la época de preguerra, mientras el resto de las mujeres iban totalmente emperifolladas, Chanel aparecía con vestidos prácticos y sencillos, faldas cortas y un atractivo aire dinámico. Ella misma confeccionaba su propia ropa que los demás encontraban muy chic, lo que la llevó a abrir su primera boutique en 1913 en Deauville y, más tarde, otra en Biarritz. Los trajes de Chanel, son los primeros que una mujer puede ponerse sin ayuda, ya que están concebidos precisamente para eso, sin las complicaciones inútiles del sistema de cremallera utilizado hasta entonces. Su ropa era el último grito en las playas y poco después también en París.
Pero no sólo marcó la moda en la ropa. Popularizó también el pelo corto y el sombrero ajustado a la cabeza, sencillo y sin ornamentos. Fue la primera mujer que se mostró con la piel tostada por el sol, frente a la blancura lechosa anterior. Y, pionera en muchos campos, creó en 1920 el perfume más famoso del mundo «Chanel nº 5»
Para sus creaciones de ropa se inspiró en la elegancia masculina, diseñando prendas que presentan un cuerpo sexualmente atractivo, sin necesidad de enseñarlo, y que conjugan la comodidad con la calidad y la belleza. En los años veinte, el diseño Chanel imponía faldas cortas, monocromas, jerséis o chaquetas sin ornamentos que combinaban con blusas blancas. Fue también la creadora del vestido camisero. La nota de color y lujo venía dada por los complementos, como joyas de diseño propio, pañuelos, bolsos colgados al hombro con cadenas, etc. En 1926 diseñó el famoso “furró” negro, vestido recto y ceñido, sin cuello, que ha conocido posteriormente varios «revivals».
La mujer de “los años locos” podría estar representada por una joven deseosa de escapar a las normas tradicionales de la mujer burguesa y vivir su vida. El traje tipo “garçonne” tenía un matiz de provocación sexual que procuraba manifestar la paridad de la mujer emancipada con el hombre y, a la vez, un fuerte deseo de seducción. Esta imitación estética del macho explica también el que la mujer se cortara el pelo muy corto, lo metiera bajo la cloche (sombrero en forma de campana de los años veinte), bien calado hasta los ojos, dejando ver sólo una patilla.
Al mismo tiempo, la nueva mujer renunció a uno de los privilegios desde hacia milenios: la piel blanca. Practicando deportes y exponiendo el cuerpo a los baños de sol, la mujer logró lucir orgullosa por primera vez una tez bronceada. Pero su indumentaria básica siguió siendo el traje sastre de corte estricto con camisa, y a veces con corbata. El maquillaje era tan artificial como los del siglo XVIII. La cejas se depilaban y luego se trazaban con lápiz, la boca se dibujaba con el lápiz de labios, de colores sintéticos, traídos de Alemania por los vencedores.
Pero el nuevo instrumento de la coquetería femenina fue la exhibición de las piernas. Las faldas apenas si cubrían la rodilla y revelaba las piernas cubiertas con medias de color carne. La lencería elegante era de seda, en color pastel y muy reducida. La camisa, pieza base de la ropa interior femenina, estaba a punto de desaparecer para ser sustituida por la combinación, que se llevará sobre el pantalón intimo con cintura elástica que ha dejado de ser abierto. El punto de seda artificial, indesmallable y de mantenimiento fácil, que no necesita plancha, se extendió muy pronto en la fabricación de ropa interior.
El periodo entreguerras constituye la edad de oro de la moda parisiense. En España, mientras tanto, gracias a la difusión de la fotografía en revistas de moda y periódicos, el número de mujeres que puede conocer las novedades impuestas por los grandes creadores crece notablemente. Las grandes divas del cine, en especial Greta Garbo, aportaban también modelos vivos de elegancia, de cómo maquillarse, vestirse y peinarse. Y de esta forma la mayoría de las mujeres, sin medios para poseer un traje de marca, le hacían copiar a partir del modelo entrevisto en las fotografías y reportajes de la época.
ARNOLD CONSTABLE |
CHRISTIAN DIOR |
HARDY AMIES |
COCO CHANEL |
CASA LANVIN |
KREEGER'S |
Vestido de novia |
Vestido de tarde de suave terciopelo |
Vestido de boda con cola larga |
Vestido de baile |